El oficio de escribir no muchas veces ha tenido un buen recibimiento en el mundo. Cuando se es un autor no reconocido o cuando la audiencia no está acostumbrada a dicho arte el escritor se enfrenta a desafíos en el camino que le harán dudar de su oficio. Sin embargo, los autores más que encontrarse a sí mismos, encuentran colegas, compañeros y maestros que hacen de su travesía una experiencia mayormente reconfortante, pues de ellos se aprende, retroalimenta y con el paso del tiempo, también lo enseña a los nuevos miembros de su arte.
Tamaño Oficio nace de la necesidad de las palabras por ser leídas una vez escritas. Esto lo sabe muy bien Patricia Medina Gómez, poeta, directora y fundadora de Editorial Literaria desde 1989, organización a cargo de esta publicación bimestral desde comienzos de 2019.
Del «tamaño oficio» como expresión coloquial»
En México es común utilizar la expresión «tamaño» como connotación de lo grande: «tamaña estatura»; de lo pesado: «tamaña maquinota»; de lo evidente: «tamaño aviso»; en algunos casos incluso adquiere una connotación sexual: «tiene unos tamaños…», etc. Pues bien, el oficio de escribir también tiene sus tamaños. Es «tamaño oficio» porque es grande, es pesado, es evidente y se necesitan muy bien puestos los «tamaños» para dedicarse a él.
– A qué te dedicas.
– A escribir.
– No, en serio…
– En serio.
Así que, muy en serio, nace esta revista «Tamaño Oficio», para otorgarle grandeza, peso, visibilidad y «tamaños» a este tan poco apreciado -por la economía del mercado y los generadores de bienes de capital- y singular oficio, del cual se ha nutrido la inteligencia y la imaginación de millones de seres humanos desde que la palabra sentó sus reales en el mundo de la comunicación humana.
Patricia Medina. Entrevista por Ingrid Valencia.
«Ningún estímulo exterior puede modificar lo que se ha llegado a ser esencialmente. Tendemos a sacralizar o satanizar a las personas según lo que hagan o lo que despierten de nuestros demonios personales. Me han tocado ambos: la satanización es un golpe mortal al ego, pero un gran acicate para el espíritu.»
En el contenido del primer ejemplar podemos esperar textos realmente sorprendentes. La entrevista a Patricia Medina, realizada por Ingrid Valencia, es una verdadera joya destacada en el Número 0 de la publicación, misma que íntegramente transcribimos a continuación:
I.V.: ¿Cuándo y cómo fue el momento en el que Patricia Medina decidió ser escritora?
P.M.: No es algo que yo haya decidido, las palabras me atrajeron desde niña. Componía historias desde mis primeros años, así inventé a un padre de papel, porque él era una ausencia y yo necesitaba volverlo presencia. Inventaba mundos amables, porque el mío no me gustaba. Ya casada, mi marido sufría ataques de ira cuando me encontraba escribiendo. Así que fui cultivando mi escritura como algo secreto y vergonzoso hasta que llegó a mi vida el dulce rostro, la bondad y la sabiduría de mi amado Arturo Rivas Sáinz. Los Arturos han sido decisivos en mi vida: mi padre biológico –ausencia interminable—, mi hermano –presencia deplorable que terminó en comprensión absoluta—, mi maestro –sustituto de padre y dador del conocimiento amoroso—, y mi mejor amigo –el que me amó con la perfección del sabio que está a vuelta de todo. Ya todos mis Arturos se fueron, pero en ellos y con ellos aprendí a relacionarme con el hombre en sus distintas instancias, que han ido desde el amor más acendrado hasta el odio más destructivo.
I.V.: ¿Ser Premio Jalisco de Literatura modificó de alguna manera su forma de ver la vida de poeta?
P.M.: Ningún estímulo exterior puede modificar lo que se ha llegado a ser esencialmente. Tendemos a sacralizar o satanizar a las personas según lo que hagan o lo que despierten de nuestros demonios personales. Me han tocado ambos: la satanización es un golpe mortal al ego, pero un gran acicate para el espíritu. Hubo en esta ciudad, en los ochentas, algunos –sobre todo uno— que tenía la misión personal de destruirme públicamente: descontextualizaba lo que yo hacía o escribía y se burlaba, y me calificaba con adjetivos muy destructivos que en su momento me laceraron mucho. Gracias a él y a otros como él me convertí en ésta fuerza que ni la muerte podrá destruir. Ahora solo pueden dañarme los que amo, son a los únicos que les concedo ese privilegio, y lo asumo. A los otros, las gracias más profundas desde esta que ahora soy. Pero tengo que estar atenta para que el proceso no se invierta con la sacralización y que mi ego crezca mientras disminuye mi espíritu, porque ahí sí estaría inerme. Odio que me presenten: Patricia Medina, Premio Jalisco… prefiero que siempre me digan Patricia, a secas, sin añadidos.
I.V.: ¿Cómo asume el llegar a ser un ejemplo para las nuevas generaciones de escritores?
P.M.: Las mujeres en este siglo hemos estado escasas de modelos. Es una gran responsabilidad ser modelo, en todo caso no un modelo como yo, que ha estado en el manicomio, que se quedó tirada en la calle por su ebriedad. Quizá mi fuerza y mi arrojo para levantarme y optar por la vida serían modelos a seguir, también mi perseverancia, mi no haber claudicado pese a haber estado tantas veces tan cerca de la muerte, y de haber sido una muerta que caminaba. El haber dedicado una parte de mi vida a recoger teporochos y llevarlos a un albergue, el curar sus cuerpos deteriorados y sus espíritus confundidos, el trabajar con los niños alcóholicos y drogaditctos, el conocer en Chihuahua los rezagos de la Liga 23 de Septiembre, el ser cofundadora de una escuela de escritores y el eje motor de Literalia dese 1989, como formadora y como editora de nuevos autores, el haber sido madre de tres niñas perfectas en su humanidad y madre—maestra de muchísimos aspirantes a escritores. Es la multiplicidad lo que puede convertirme en modelo, no en el ser escritora, porque comencé a escribir para no suicidarme, después conocí el goce de la palabra, su poder, también su capacidad de dar vida y muerte.
I.V.: ¿Qué diferencia encuentra entre la postura que asumía un poeta de su generación a la actitud que hoy ve en los jóvenes poetas?
P.M.: Es tan difícil hablar de generaciones. Formalmente estuve muy emparentada con Rosario Castellanos, que no fue de mi generación. Y aunque la mía es una generación de ruptura, que vivió históricamente el rock, la rebeldía “sin causa”, los alucinógenos, etc., fuera de Nancy Cárdenas —ya desaparecida—, no encuentro otra voz poética que sea acorde con esa ruptura. De mis colegas de generación puedo decir que son las poetas de la ambivalencia; nadaron a dos aguas por miedo al compromiso. En mi caso fue algo inconsciente, no supe que nadaba en las aguas turbias y profundas de la rebeldía –búsqueda de identidad personal y estética— hasta que tomé distancia, fue un proceso más existencial que estético. Hubo un tiempo, más o menos en los ochentas en que pensé que los poetas pasaban de largo por los asuntos de la emoción y el sentimiento porque les había tocado un mundo bárbaro y brutal. Ahora ya no estoy tan segura; hay demasiado poetas hechizos que caminan, hablan, se mueven como poetas, como si ser poeta fuera una representación. Algo que aprendí hace muchos años y que sigo poniendo en práctica es que el ser humano no es lo que hace, no es lo que dice, no es lo que piensa ni lo que conoce, que el ser humano no es un adjetivo, sino una sustancia. Cuando me convierto en adjetivo: soy poeta, borracho, ingeniero, bueno, malo, etc., entonces qué poca cosa soy. La suma de esas luces y sombras me hace y ahí estoy muy cómoda y salgo a vivir el rol que me corresponde cuando me corresponde. Es horrible presenciar el espectáculo del escritor que posa como tal hasta en el supermercado.
I.V.: ¿Cómo definiría el actual panorama de la poesía en Jalisco?
P.M.: Esa pregunta siempre me hace sonreír. El otro día me encontré una entrevista que me hicieron hace veinticinco años y venía esa misma pregunta. Entonces, con la arrogancia y la estupidez que me daban el creerme “la poeta”, contesté con una serie de arrogancias y estupideces. ¿Cuál panorama? Como siempre, hay de la buena, de la mala y de la abominable poesía que ha habido desde todos los tiempos. O en todo caso de la poesía que amo y disfruto. Literalia, editorial que fundó, publica principalmente a jóvenes. ¿Cuál es su parámetro para finalmente decidir a quién publicar? Publico a los autores que considero que tienen un material sólido. A los escritores cuyos textos considero que gozan de buena salud.
I.V.: ¿Cómo editora considera que la poesía y el cuento son géneros que ha marginado el mercado editorial?
P.M.: El mercado editorial siempre ha marginado a toda la literatura. Se venden nombres, no autores, como en la bolsa de valores unos andan a la alza y otros a la baja. Pero yo no estoy ahí, yo estoy en la cultura hormiga que publica a un autor que posiblemente jamás sea un best seller, pero que junto con otros miles de autores conforman el corpus de una cultura que sostiene lo más real y maravilloso de este mundo de autores, no aquella que solo caravanea a la espectacularidad. Este país está lleno de lectores y escritores cuartaforreros, que no leen un libro, pero que hablan “doctamente” de literatura.
I.V.: ¿Considera que existe un público importante de lectores de poesía?
P.M.: No hay un público importante de lectores de poesía. Hay muy pocos, y así está bien. Para que queremos un mundo de expertos en poesía. Nos aburriríamos enormemente. Que los poetas sigan leyendo a los poetas, y que éstos estimulen a los potenciales poetas. Y que las mamás y las tías de los malos poetas sigan conmoviénose y promoviéndolos, para que se noten más los contrastes. Aspiro a que haya un mundo de poetas que no escriban una sola línea poética, pero que vivan como poetas, que miren, oigan, toquen la vida como poetas, con ánimo indagatorio, con actitad de explorar el detrás de lo aparente.
I.V.: Recientemente han resurgido obras que mezclan muchos géneros literarios, ¿qué opina sobre esta multiplicidad?
P.M.: Me encanta. Adoro el multigénero, porque eso habla de la no especialización, de la capacidad del escritor de moverse en todas direcciones. Todavía en los años setenta del siglo veinte estaban muy marcadas las fronteras: el poeta, el cuentista, el novelista, el dramaturgo, el cineasta. Hoy, casi lo puedo asegurar, el futuro de la literatura está en el multigénero. Bien sea que en un mismo texto se exploren varios géneros, como lo he estado viendo en mis propios talleres de creación, o bien sea que el escritor sea apto y eficiente en la poesía, en el cuento también, en el periodismo, etc. Hace como quince años escribí “Flor de un día”, una novela que incluye absolutamente todos los géneros, e incluso las artes plásticas. Hay hasta un personaje que es el monitor de la computadora. Disfruté mucho ese experimento que me hizo ganar la beca del CECA, y que algún día, si hay presupuesto, publicaré.
I.V.: Usted ha escrito que La ausencia es mi primera herida, y por lo mismo es el primer motor de mi palabra poética. ¿El dolor es el mayor aliciente para la poesía?
P.M.: Lo fue durante mucho tiempo para mí: el mayor dolor era estar viva, y ese dolor lo acentuaba la ignorancia, porque yo fui educada para no saber o para saber solamente lo que debían saber las mujeres de mi generación. El dolor era transgredir lo establecido y pagar el consecuente precio. El dolor era ser mujer y no entender el abuso, la discriminación, la violencia hacia mi sexo. El dolor era mi nulo derecho a preguntar, a pensar, a deducir, porque todo un sistema patriarcal había decidido que las mujeres no teníamos el derecho a pensar, a reclamar, a solicitar un trato justo e igualitario. El dolor era la incomunicación con mi madre, mis hermanas, la desaparición temprana de mi padre, estar becada en un colegio de niñas ricas y ser discriminada por ello. El dolor fue, en mis primeros años de escritora, el ser perseguida y satanizada por escribir de cosas que las niñas decentes no debían escribir. Pues bien, todo ese dolor lo he capitalizado, es mi mayor riqueza y es hoy la fuente de mi mayor bienestar y alegría. No sé si para otros poetas el dolor haya sido un aliciente, creo que sí lo ha sido para muchos de los grandes como Pessoa y Castellanos. Y También creo que Pellicer y Whitman llegaron a esos cantos aclamatorios de la vida después de haber estado en sus propios infiernos privados. A lo que me refiero es a la intensidad.
I.V.: En su libro Recanto dice “La poesía es un espacio donde se cruzan y entrecruzan los signos y los símbolos que el hombre ha creado para identificar su estar alterno en el mundo”, ¿Este concepto de poesía siempre ha estado con usted o ha sufrido cambios a lo largo de su trayectoria?
P.M.: La poesía es un tejido verbal que se construye con lo que el poeta es, con lo que conoce de sí mismo y del mundo que le toca vivir. El que escribe la poesía es alterno al que trabaja en la oficina, aunque sean la misma persona. Lo importante es que ninguno le de la espalda al otro, que haya siempre un punto en que confluyan para que el poeta sea un ser completo y su escritura sea más verosímil. En cada instancia que nos toca vivir asumimos símbolos prescritos o los desarrollamos inconscientemente. Es el poeta quien debe estar alerta para destruir esos símbolos que pueden enajenar su poesía. El signo puro es lo que importa, eso que nace de la fuente inagotable de la creación y que se presenta siempre como una epifanía. El signo que inhabilita al símbolo es lo que hace surgir a la verdadera y gran poesía transformadora.
I.V.: ¿Cómo es ese mundo alterno de Patricia Medina?
P.M.: Siempre estoy en el centro del río y siempre soy la piedra que cae en el centro del río, soy la primera y la última onda que causa la piedra en el agua y soy el agua. Soy la que escucha un poema sobre la muerte y llora, y también soy el llanto y la persona que escribió ese poema. Soy mi madre muerta hace años y soy la que no se consuela con su pérdida. Soy todas las mujeres y sus ángeles y soy todos los demonios que cargan esos ángeles. Estoy frente a la computadora, pero en realidad estoy frente al gran espacio cibernético que es la nada y que me intimida. Soy la flor de madera que me fabricó uno de mis alumnos, y soy sus manos y el espíritu que transformó la madera en flor. Mi alternancia es un don de ubicuidad amorosa que me hace estar presenciando y siendo la maravilla y la perversidad, que me hace ser una obrerita ultrajada y asesinada en Ciudad Juárez, y ser el criminal verdugo y el sistema pernicioso que lo permite. Mi alternancia es un compromiso con mi mundo y eso me duele enormemente, y eso me alegra infinitamente.
I.V.: En su universo poético ¿A qué sabe la ausencia?
P.M.: Lo digo en mi ensayo “El ser de la escritura”: la ausencia es aquello que, siendo, falta, la nostalgia del ángel caído, la pérdida del paraíso. La ausencia se degusta y se conoce, aunque no tenga nombre ni rostro ni forma ni pueda nunca jamás materializarse. La ausencia es lo que ha permitido que florezcan el arte y la ciencia, porque el hombre siempre quiere poner una presencia en aquello que cree incompleto, que no está terminado, que se vislumbra, que se presiente o intuye. Desde la ausencia llegan el amor y su contrario. El miedo es la ausencia de la felicidad. El odio es un amor puesto de espaldas. Todo es ausencia que queremos volver presencia para darle sentido al hecho de estar vivos. Y cuando la ausencia se materializa en presencia, se abre una nueva ausencia hasta el infinito.
I.V.: ¿Qué textura tiene la noche?
P.M.: Cada noche es distinta. Hay noches que nunca terminan, que se quedan al fondo de todas las noches. Hay una muy reciente que no sé cuando empezó y que no se si terminará. Es una noche de muerte, de tocar un cuerpo minutos antes cálido y sentir cómo se le va escapando el calor, de solicitarle voz y obtener el silencio absoluto, de aguardar entre los muertos a que se destazara ese amado cuerpo y recibirlo ultrajado para ponerlo hermoso y acariciarlo hasta que ya no me fue permitido. Y Ahí estaba la noche: afuera, adentro. Esa noche es muy áspera. Pero ha habido noches como soleados días. Cada noche es distinta.
I.V.: ¿Cuál es el olor de la plenitud?
P.M.: Plenitud es complitud, y no interviene al olfato, en todo caso la piel.
I.V.: ¿Hay algo que le gustaría hacer y no lo ha hecho?
P.M.: Pintar. Conocer todo el mundo. Ver completos a los que amo. Y morir definitivamente.
—“Uno da el amor que tiene hasta que se arruga la noche”.
Dijo como perdida mientras miraba los colores que se filtraban poco a poco a través de la ventana. “A las tres de la mañana y con lluvia no se piensa bien”. Intentaba convencerme. Cuando dijo aquello supe que los días de ayer habían muerto en el asfalto; todo dura tan poco, y las personas a las que creemos amar se van tan rápido como una luz roja en el semáforo,
—No te precipites, que todavía no amanece. Además estamos ebrios –dije esperando una respuesta, pero era tarde—. En la semana, cuando estés cuerda, me dices lo que quieras.Fragmento del cuento «Adiós», de Luis Javier Aguilar Delgadillo. Disponible en el Número 0 de «Tamaño Oficio».
La revista literalia Tamaño Oficio nos ofrece, a final de cuentas, una deliciosa miscelánea de oportunidades textuales desde los más variados géneros: entrevistas a personajes del ámbito literario, ensayos, cuentos, poesía, novela o reseñas. Al momento de la redacción de esta nota, Tamaño Oficio cuenta con cinco ejemplares con un contenido fascinante y una gran aceptación entre todos sus lectores. Esta primera nota la dedicamos a presentarla en su Número 0, aunque físicamente se encuentra agotado. Sin embargo, puedes descargarla en formato electrónico a través de su sitio web https://www.literaliaeditores.com.mx/, donde también podrás adquirirla físicamente o bien, con cualquiera de los autores que participen en ella.